Recuerdos de nuestro Presidente don Juan Agustín Figueroa, por Exequiel Lira Ibañez, 2019
Recuerdos de nuestro Presidente don Juan Agustín Figueroa,
por Exequiel Lira Ibañez, 2019
Lo conocí mucho antes que nos encontráramos en la SBCH, pues era amigo de mi padre. Si bien eran muy distintos, los unía la pasión por el golf; incluso tenían su camarín uno al lado del otro. Juan Agustín era un gran conversador, de ideas mucho más liberales que los demás socios del club. Con frecuencia, mientras se cambiaban de ropa en los vestidores, con su característico tono de voz alto, ponía al día a mi padre sobre los acontecimientos políticos del momento. Exponía claramente, porque era muy estudioso. Por esto, los demás dejaban de cambiarse y se acercaban, toallas a la cintura, para escucharle mejor, hacerle preguntas o bien, debatir sus ideas. Puesto que era un abogado muy preparado, este cambio de ropa se alargaba mucho, de hecho, fue el causante de varios resfríos entre los miembros del Club.
Ya entonces, recomendaba a sus amigos modernizarse leyendo distintos autores que les harían entender el pensamiento contemporáneo que se impondría -según él- en el mundo, dirigido por los líderes radicales y masones que gobernaban en Europa y cuya influencia veríamos pronto en nuestro país. Mi padre médico, muy impresionado, luego en su casa contaba estas lecciones de Juan Agustín. Incluso en varias ocasiones, me invitó a tomar té con ellos, después del Golf.
Cuarenta años después, volví a ver a Juan Agustín como Presidente de la SBCH, donde yo era Director. Seguía igual de apasionado, pero como el mundo iba en una dirección distinta a la que profetizaba, trató de influir en los movimientos sociales, participando activamente en política, esta vez, leyendo sus autores favoritos, pero también a otros: había ampliado mucho su abanico pues el mundo se había vuelto mucho más cambiante y complejo con la globalización.
La exigencia de estar al día, procesar y analizar los acontecimientos, le habían obligado a leer y estudiar aún más que antes. Es así como fue formando la culta e interesante biblioteca que tenía en su casa que abarcaba diversos temas en español y francés. También tenía otra en su oficina, exclusivamente con libros de Derecho.
Destacado líder político, podría haber figurado mucho más en esa actividad, pero prefirió influir a través de su profesión y de su estudio de abogados, que fue, y todavía es, uno de los más importantes de Santiago.
Se transformó en bibliófilo por conseguir todos los escritos que hubieran salido de su tienda política. También coleccionó a sus amigos, poetas, novelistas e intelectuales de su generación, que escribían llamando al mundo a unirse en esta cruzada de románticos cambios. Uno de ellos, era Pablo Neruda quien también era de su tierra sureña.
Gran amigo de Neruda, fue uno de sus albaceas. Por años fue Presidente de la Fundación Pablo Neruda, que reúne todo el legado del poeta. Les era fácil entenderse, ambos eran grandes viajeros de donde traían hermosos libros cercanos a sus ideas, inspiradores, que luego comentaban por horas en torno a una buena mesa. Los recuerdos de su tierra en el sur, sus paisajes, su clima y sus costumbres ya les daba un tema común para iniciar una conversación.
A Juan Agustín le gustaba celebrar todas las efemérides alrededor de una mesa. Inolvidables eran las reuniones de Directorio de nuestra Sociedad en casa de Juan Agustín. Su conversación, siempre entretenida, no era posible interrumpirla, tenía tantas anécdotas que contar que nuestro preparado temario jamás alcanzábamos a revisarlo. Ante cualquier comentario de alguno de los asistentes, el respondía con un hecho de su vida o de la de un amigo que le había tocado conocer y lo nuestro pasaba a segundo plano. No importaba porque la comida era de gran calidad, igual cosa los vinos.
Cuando nos parábamos para irnos, debíamos reconocer que nos íbamos con muchos temas para comentar y desde luego con una cena dentro del cuerpo que ojalá pudiéramos repetir. Hombre cálido, generoso e inteligente, enseñaba dando ejemplos de su tierra, jamás tratando de demostrar superioridad ni mayor conocimiento. Decir algunas palabras sobre él es muy difícil, pues no sabes cuándo ni cómo terminar. Yo creo que a él le gustaría que este breve recuerdo finalizara con una receta de cocina que pude anotar al llegar a mi casa y que era su favorita:
La Cazuela de Temuco, como la preparaba su niñera Isabel Orobia.
Sobrecostillas o tapapecho (si hay plata, posta negra) cantidad al gusto y hambre de los comensales, siempre cortado en piezas, medio ajo, porotos verdes, tres cucharadas de arroz (no mucho, que no sea de esas cazuelas que se para la cuchara en el plato) zapallo con cascara, zanahoria, un choclo desgranado, cilantro, papas pequeñas (papa añeja no sirve), sal, perejil, medio ají verde picante, tomate en cuadritos (se pone al lado tipo pebre) poner en cocina a leña sesenta minutos (cocina a gas 40 minutos). Servir al almuerzo bien caliente, no guardar lo que sobra pues se echa a perder en unas horas. Tampoco comer de noche porque es muy pesada. Esta cantidad sirve para dos personas.